sábado, 17 de julio de 2010

Un cuento corto

Bien... Nuestra benemérita Señora Directora ha querido hacernos un
aporte. Nos mandó un cuento, a propósito del tema de nuestro próximo
encuentro...


Cuando la noche acaba

Autor: Luis Amador

La brisa rodaba ondulante sobre la cabellera del prado y, por la
atmósfera tranquila, un gallo silvestre cumplía su propensión
milenaria de cantarle a la madrugada. Pero Gil no le dio importancia;
ladeo la cabeza haciendo un hito en sus añoranzas y, desde las faldas
de la colina, dejo vagar la vista por la aterciopelada llanura
cubierta de rocío. Después observo las borrachas curvas del río que,
abajo y en la distancia, corría bruñido por la luna.
La tierra recibía el beso de la primavera, germinaban las semillas, y
los troncos desnudos se revestían con tiernas hojas. Las flores, como
novias impacientes, abanicaban su perfume proponiendo el polen de sus
corolas; y la música de los campos dormía, ala con ala, junto a
pequeños enredos de pajas. Por doquier, plantas y animales danzaban al
compas hormonal de la naturaleza.
Gil no podía abstraerse del medio que lo ensolvía. Los efluvios
ambientales atiborraban sus sentidos y siempre, en aquella estación,
caía en un profundo desasosiego... porque el tiempo lo cura todo,
menos la herida de un amor frustrado; ese dolor viaja a través de la
vida y termina desdeñando la muerte.
Involuntariamente, se arrastró al nebuloso mundo de su pasado, hacia
la primera vez que la vio...
Amy entró al aula con paso menudo, serena, radiante, y rodeada por el
aura de dulzura que tienen los doce años. Parecía flotar en el amplio
vestido que rozaba el suelo levemente, sin embargo, su atuendo no
alcanzaba a disimular los incipientes pechos por donde ya afloraba la
mujer. El tenía trece años y no conocía el sexo, pero la primavera le
agitó la sangre y, sin saber por que, sintió madurar la virilidad en
su cuerpo todavía sin sazón. Desde aquel día, habitó en un planeta con
dos soles, el que lo desperezaba en las mañanas y el que no lo dejaba
dormir.
Tres años asistió a clases, tres años pletóricos de fantasías, tres
años guardando pequeños objetos que ella tocaba, venerando sus
sonrisas, inhalando a distancia el olor de su carne y paladeando en
secreto el gusto de su aliento.
Para Gil trascurría una jornada mas de angustiosa soledad. Miles de
veces, como aquella noche, rebuscaba en su memoria la causa que torció
su destino. Siempre abordaba las mismas preguntas y nunca encontraba
respuestas. Pero algo era seguro: la primavera marcó el principio de
todo y también el final.
Su recapitulación, monótona y exhaustiva, lo condujo al atardecer en
que paseaban por la arboleda, y cada vez que lo recordaba, se detenía
en el lugar exacto donde, por primera vez, su boca encontró la de
ella. ¡Que lejos estaba aquel momento, pero como lo añoraba!
Otra vez cantó el gallo. Gil entornó los ojos con apatía; le molestaba
salir de sus recuerdos, de ellos dependía su presencia en aquel campo.
Cambió de posición; la madrugada aleteaba en el horizonte y en menos
de una hora tendría que partir.
Se sabía y se sentía culpable, pero la imprevisión había sido de ella.
Ahora entendía por que la inocencia es a veces peligrosa. La
ingenuidad de Amy no le permitió detener oportunamente las
insinuaciones amorosas de Elio. Después las cosas se complicaron,
creció la confusión y Elio trató de interponerse abiertamente.
¿Por que un hombre adinerado y lleno de posibilidades tuvo que
enamorarse de Amy?,- se preguntaba Gil-, y de inmediato lo culpaba por
el dolor que le quemaba dentro. La eterna pregunta y consecuente
inculpación lo ponía furioso, pero lo atemperaban para el desenlace.
Retornó al hilo de lo ocurrido, a la secuencia que primero ensolvía su
espíritu en dulce idilio y después lo sumía en un estado perpetuo de
aflicción y vacío.
En las copas de los pinos la brisa tarareaba un arrullo que adormecía
los sentidos, mientras, las hojas nuevas de los viejos laureles
jugaban a cortar los rayos del sol, para luego esparcir la luz
fracturada por el suelo umbrío. Y allí, sobre la corta grama del
jardín, yacían Gil y Amy ebrios de felicidad, satisfechos de compartir
miradas y sonreír a la vida. Aguardaban a Elio, a quien Amy había
citado en una escueta nota, pero sin informarle de sus intenciones ni
avisarle que Gil estaría presente.
Movido por un deseo ciego y enfermizo, Elio mal interpretó el
contenido de la nota, dandole la sugestiva forma de invitación
amorosa. Por su parte, Gil repudiaba la reunión, pero terminó
aceptando la idea de Amy por el bien de los tres.
Al fin se habían decidido a encarar la situación. Elio debía apartarse
de sus vidas, no tolerarían mas el asedio del intruso. Ya no les
importaba la opinión del padre de ella, ni continuarían esperando que
la codicia del viejo cediera el paso al amor.
La desgarbada reja del jardín solariego dejo escapar un herrumbroso
gemido al ser empujada con energía. Bien plantado y colmado de
esperanzas, Elio avanzó por la vereda. Antes de llegar a su destino la
cara se le transfiguró, y apretó los puños loco de rabia. No le habían
sentido llegar y la pareja de enamorados olvidados del mundo se
acariciaban ignorandolo todo.
"Esto es un escarnio". Las palabras retumbaron en la quietud del
paraje. Pero fue tarde para reaccionar o dar explicaciones. Elio
empuñó su navaja, se abalanzó sobre Amy y de un tajo la degolló.
Desesperadamente, Gil trató de evitarlo; pero cuando logró apartar a
Elio, de la garganta cercenada brotó la postrera exhalación de Amy.
Entonces sintió el filo de la navaja chirriar en el hueso de su brazo
izquierdo y, a continuación, el quejido de Elio al ser atravesado por
su puñal.
Segundos o siglos lo separaron del momento en que se puso de pie.
Jadeando, observó al enemigo desbaratado a puñaladas y vacío de
aspiraciones.
Despacio, se arrodillo para besarla tenuemente, como si temiera
despertarla. De pronto, se derrumbó su razón y en una especie de rito
demencial, acomodó el puñal entre los senos de la joven, miro al
cielo, lanzo una blasfemia y se dejó caer.
Tímidamente, la aurora escaló la espalda de la cordillera, encendiendo
por entre las montañas el rubor de la mañana. Gil hizo un gesto de
desagrado ante la luz que ascendía; se extendió a lo largo y, poco a
poco, se fue esfumando a través de la blanca lápida de mármol.
Regresaba a su mortaja de ciento treinta años. Para el nada cambiaba,
ni nacía, ni moría; porque el tormento de amor mantenía su alma en
pena.

Como que no es erótico?? No leyeron el título??

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