viernes, 23 de julio de 2010

Y cerro Joe Carter. Feinmann Homenajeando a Fontanarrosa

La última Navidad de Angelina Jolie

Por José Pablo Feinmann
Me llamo Joe Carter, soy detective privado. Y tengo una historia de
Navidad para contar. Ella entró en mi oficina y cerró la puerta. Era
Angelina Jolie. No diré que podría llevarme a la locura, a dejar de
beber, de fumar o de drogarme, pero estaba entre mis predilectas. Se
sentó y puso sus largas piernas sobre mi escritorio. Era verano. No
usaba medias. Dijo: "Oye, eres detective privado, ¿no?". Asentí.
Siguió: "¿Sólo resuelves casos o matas si te lo piden?". Me serví un
buen trago de JB. No le serví a ella. "Si me lo piden, no. Si me pagan
buen dinero, sí." "Te pagaré bien." "Cuánto." "He dicho que te pagaré
bien. Mi palabra deberá bastarte." "¿Qué necesitas?, Jolie." "Puedes
decirme Angelina." "¿Qué necesitas?, Angelina." "Oye, entró un nuevo
jefe en Miramax. Cambió todos los planes. Se iba a hacer Macbeth. Yo
sería Lady Macbeth. Hasta un bruto como tú sabe lo que ese papel
significa para una actriz." "Y el nuevo jefe suspendió el proyecto."
"Peor." Dio un puñetazo sobre el escritorio. Mi JB voló por los aires
y el vaso estalló contra una pared. "Se lo dio a Meryl Streep.
¡Siempre, Meryl Streep, mierda! ¡Siempre Meryl Streep, carajo! ¿Hasta
cuándo Meryl Streep?" "No mataré a la señora Streep, Angelina." "¿No
ves? Hasta un pobre tipo como tú la admira. Un detective de poca monta
que ha de ir al cine dos veces por año." "No pierdas el tiempo
insultándome, Angelina. Además, te equivocas, sabes. Soy un borracho,
un drogón y un asqueroso perdedor. Pero voy al cine con frecuencia."
"A él tienes que borrarlo de este mundo. Se llama Irving Wasserman."
"Te haré una rebaja por tratarse de un judío. Si fuera un islámico, te
salía gratis." "Imbécil, ¿cómo podría ser presidente de Miramax un
islámico?" "Tú espera y verás." "Irving, Wasserman, esta noche, da una
fiesta de Navidad para todo el Estudio. Les ha pedido a sus lameculos
que se vistan de Santa. Puedes aprovechar la ocasión para matarlo.
Ponte un traje de Santa y te metes entre los empleados. Busca su
despacho y haces tu trabajo." "Necesito un adelanto para el traje de
Santa, Angelina. Están caros esta Navidad." "No seas piojoso. Págatelo
tú. Hazte responsable de los gastos de tu negocio." No me gustó eso.
Odio a los avaros. ¿Y si ella fuera una? ¿Y si en lugar de Jolie se
llamara Jolinsky? Aparté esa horrible idea de mi cabeza. Se levantó y
caminó hasta la puerta. Caray, he visto traseros, pero el de Angelina
le es al culo lo que la Gioconda le es al rostro. Espero que lo hayan
entendido pues me he esforzado en explicarlo. Cerró la puerta y se
fue. Dios, qué mujer. Me dejó la sangre hecha un fuego. Pese a ello,
sólo una vez me masturbé.

Llegué a los Estudios de Wasserman al anochecer. Era un perfecto Santa
Claus con una Luger ajustada a la cintura. Entré sin problemas. Todos
estaban vestidos de Santa, bebían y reían y bailaban. Subí hasta la
oficina de Irving Wasserman. Golpeé tres veces la puerta. Preguntó
quién era. "Santa Claus", dije. "Pero el verdadero, señor Wasserman. Y
traigo un regalo para usted." Oí una carcajada. "Mira que eres jodón,
Charlie." Perfecto, me confundía con alguien. Abriría la puerta. Lo
hizo. También él estaba vestido de Santa. Lo empujé, violentamente,
hacia adentro y cerré la puerta. "¿Qué mierda...?" empezó a decir.
"¿Por qué no le das el papel de Lady Macbeth a Angelina Jolie, hijo de
perra?". "No tengo nada que explicarte a ti." Saqué la Luger. "Será
mejor que lo hagas." "Oye, idiota: Angelina es demasiado bella para el
papel. Demasiado joven. Ya le conseguiré algo con glamour en alguna
comedia tonta. Meryl, en cambio, tiene la densidad, el espesor, y la
maldad de Lady Macbeth. Por si fuera poco, es una gran actriz,
zopenco. Hasta un bruto como tú debería saberlo. El papel será para
ella." "Y esto es para ti", dije. Le pegué tres tiros. La barba de
Santa Claus se le manchó de sangre. Cayó de espaldas sobre su
escritorio y una réplica del Obelisco de Washington que allí, de buen
americano que era, tenía, lo traspasó y asomó en medio de su corazón.
Hubo un chorro de sangre que casi llega hasta el techo. Pobre hombre.
Murió, al menos, como un patriota. Porque, si me lo preguntan,
sospecho que el Obelisco de nuestra venerable Capital será el próximo
blanco de esos terroristas infames, enemigos de nuestra democracia y
del estilo de vida americano. Cosas en las que casi creo tanto como en
el scotch, las mujeres bellas y la buena marihuana.

Entré en la oficina. Cerré la puerta. "¿Todo bien, Joe Carter?" Era
Angelina, más bella que nunca. Si es que algo así era posible. "Sí,
señora Jolie." "Dije que me llamaras Angelina." "Eso no importa
ahora." "¿Qué es lo que importa?" "Mis honorarios, señora Jolie.
Querría cobrarlos. Ese judío de Irving Wasserman está muerto. Usted
será Lady Macbeth. Yo quiero mis dólares." Se me acercó y pasó sus
brazos largos alrededor de mi cuello. Era alta. Humedeció sus
célebres, carnosos labios con un movimiento imperceptible de su lengua
rosada. Los acercó a los míos y me besó. Fue breve pero intenso. Su
lengua, inalcanzable para la entera humanidad, jugueteó veloz,
fugazmente dentro de mi boca. ¿Era deliberada esa fugacidad? ¿Era
parte de su exquisito arte de la seducción? "Te doy esto para que
ardas, para que te enciendas locamente imaginando lo que sigue, lo que
te espera." No, esa fugacidad, ese jugueteo veloz eran parte de su
naturaleza mezquina, de la cual yo tenía ya mis sospechas. "Mis
honorarios, señora", insistí. "Idiota, acabas de cobrarlos. Todo el
oro del mundo no vale un beso de Angelina Jolie. Y tú lo tuviste.
Tuviste mi lengua en tu boca. Millones de hombres lo desearían." "Mis
honorarios, señora", "Ya te pagué, imbécil." "Eres una mujer avara",
dije. "Y son las que menos me gustan. Ni en la cama saben ser
generosas."

Le pegué tres tiros.

Pobre Angelina, nunca haría Lady Macbeth.

Esa noche la pasé en el Hotel Zaroff. Connie, la Roja, estuvo ardiente
como pocas veces. Como si supiera. No tenía el cuerpo de Angelina, ni
sus labios enormes, ni sus ojos claros, ni salía en las películas,
pero se preocupaba por el placer de uno, lo indagaba, te hacía lo que
le pidieras porque era una buena hembra, generosa, quería que uno
gozara, que fuera feliz, sabía que el sexo, como la vida, es breve,
sabía que la única forma de hacerlo eterno es meterse a fondo en la
cosa, hacer que un instante parezca infinito, que un polvo valga por
cinco, y para eso, Angelina, hay que entregarse, hay que ser como
Connie, bienhechora, hay que saber derrocharse, darle al otro un poco
de misericordia en medio de estas noches tan frías, en las que Santa
Claus no aparece nunca y la soledad te muestra su jeta más fiera, en
cambio vos, muñequita de lujo, vos, mirá lo que te digo, bien
merecidos tenés los tres plomos que te metí, por mezquina, por avara,
por infiltrada, por terrorista, porque son todos así donde vos
trabajabas, Hollywood, esa pocilga llena de gays, de travestis, de
comunistas, de judíos y ahora, para colmo, de agentes del Islam, los
peores, los que mejor se disfrazan, porque hasta de Angelina Jolie se
disfrazan. En cambio, Connie, la Roja, es una hembra de verdad. Y no
creas que le decimos la Roja por algo que tenga que ver con el
comunismo internacional, sino porque sus cabellos tienen el color de
los ladrillos con que se construyen nuestros hogares, de los
atardeceres en el mar, de la sangre de nuestros héroes. Lloró seis
días seguidos con lo de las Torres. Lo juro: yo la vi. Una perfecta
chica americana.

Tambien leimos :
Te digo mas – Roberto Fontanarrosa
Dia de la independencia - Charles Bukowski
El rapto de la bella durmiente – Anne Rice

No hay comentarios:

Publicar un comentario