viernes, 23 de julio de 2010

Reunion del 22 de julio

Fuimos pocos pero no falto lectura, El tema era el relato erótico, la
cena, empanada y vino. A continuación algunas de las lecturas que
alegraron la noche.
Si tuvieramos que ubicar al erotismo en un sector del cuerpo, es sin
duda la piel y las partes pudendas. Para Baldomero esto no alcanza,
hay que ir mas profundo…

Soneto a tus visceras
Baldomero Fernandez Moreno


Harto ya de alabar tu piel dorada,
tus externas y muchas perfecciones,
canto al jardín azul de tus pulmones
y a tu tráquea elegante y anillada.

Canto a tu masa intestinal rosada
al bazo, al páncreas, a los epiplones,
al doble filtro gris de tus riñones
y a tu matriz profunda y renovada.

Canto al tuétano dulce de tus huesos,
a la linfa que embebe tus tejidos,
al acre olor orgánico que exhalas.

Quiero gastar tus vísceras a besos,
vivir dentro de ti con mis sentidos...
Yo soy un sapo negro con dos alas.

Otro de Baldomero

La Rita


La Rita tiene que tiene
tal meneo cuando anda,
que arriba mueve los senos
y que abajo las enaguas.
La nariz tiene picuda
y la mejilla picada,
y una melena cortita
de greñas tristes y lacias
en que clava una peineta,
cual su boca, desdentada.
Azares de su destino
la trajeron a esta casa,
que es hermana de escribanos
que en el pueblo lucen chapa.
En algún lance le hicieron
rosa viva las entrañas,
y en su cuidado dispersa
casi todo lo que gana:
mas la que le tiene el chico
se bebe lo que le mandan
sin que se atreva a quitárselo

Ninguno de las versiones que encontre en Internet tenía el final que
leyo Masi. Que paso, hubo censura con el poema o mandaste fruta??

El texto de Lili

Malinche - Laura Esquivel


Cinco.

Malinalli y Cortés penetraron desnudos al temascal. Era sorprendente
mirar a Cortés despojado de sus vestiduras y sus apariencias. Se le
veía disminuido y vulnerable. La condición indispensable para realizar
ese rito de purificación y renacimiento era la desnudez, pues para que
la limpieza de la sangre suceda es necesario que todos los poros del
cuerpo se expandan, se abran y, al hacerlo, permitan que el vapor, esa
otra imagen del agua, ese espíritu del agua purifique al cuerpo en
cuatro tiempos, que significan los cuatro puntos cardinales, las
cuatro estaciones, los cuatro elementos.
Era la primera experiencia que Cortés tenía con esta prác¬tica sagrada
y aceptó participar en ella a petición de Malinalli, quien estaba tan
convencida de que los dioses nos devuelven la conciencia al
materializar su sustancia en el agua, que le había pedido a Cortés que
antes de tomar ninguna acción en contra de los habitantes de Cholula,
se relajara dentro del temascal.
Cortés se resistió en un principio, la petición le parecía sospechosa.
¿Qué propuesta era ésa de entrar en un pequeño recinto circular que
tenía una sola puerta de salida —la misma que de entrada—y al que
tenía que introducirse desnudo y de¬sarmado? El ambiente que se
respiraba en Cholula no era como para prodigar confianza ciega a
nadie. Hasta el momento, nin¬guno de los dos regidores de la ciudad lo
habían querido re¬cibir. Cholula contaba con un regidor temporal,
Tlaquiach —señor del aquí y el ahora— y uno espiritual, Tlachiac
—señor del mundo bajo la tierra—; ambos vivían en casas anexas al
templo de Quetzalcóatl. La gente de Cholula hablaba náhuatl, la lengua
del imperio, y eran súbditos de los mexicas, a quienes pagaban
tributo, pero Cholula era un señorío independiente y, al igual que
Tlaxcala, tenía un gobierno regido por varios señores. Eran gente
orgullosa y no concebían ninguna circuns¬tancia de la cual su dios
Quetzalcóatl no pudiera protegerlos, por lo que se mostraban todo
menos temerosos ante los ex¬tranjeros. Confiaban plenamente en su dios
tutelar.
Cortés y sus hombres habían llegado a Cholula de ca¬mino a
Tenochtitlan, acompañados de sus aliados, los totonacas de Cempoala y
los tlaxcaltecas. Los españoles entraron en Cholula después de caminar
la distancia de unos cuarenta kilómetros que separaba Tlaxcala de
Cholula. Fueron recibidos y alimentados, pero no así los totonacas y
tlaxcaltecas, quienes permanecieron en las afueras de la ciudad. Sólo
algunos cientos entraron junto con los españoles, transportando la
artillería y el equipo en general. La razón era que los habitantes de
Cho¬lula tenían viejas rencillas con los de Tlaxcala y de ninguna
ma¬nera aceptaron que entraran a la ciudad, y mucho menos ar¬mados.
Cortés quedó impactado ante la belleza y grandeza de Cholula. Cholula
era una ciudad próspera y densamente po¬blada. Sus templos indicaban
que Cholula era sin duda uno de los más importantes centros religiosos
del Nuevo Mundo. El templo principal estaba dedicado al culto de
Quetzalcóatl y la ciudad tenía la pirámide más alta de México, con
ciento veinte gradas.
Aparte de este templo, Cortés contó cuatrocientas treinta y tantas
torres —pirámides—, que él llamaba mezquitas. Cho¬lula tendría casi
doscientos mil habitantes y unas cincuenta mil casas. Era la ciudad
más importante que habían visto los espa¬ñoles en su largo trayecto
desde la costa. Uno de sus atractivos era un mercado inmenso cuyas
especialidades eran los trabajos de arte plumario, las vajillas de
barro y las piedras preciosas.
Sin embargo, a los tres días de la llegada de los españoles, los
habitantes de Cholula, aparentando una baja de provisiones, dejaron de
suministrarles comida a los españoles y sólo les dieron agua y leña.
Cortés tuvo entonces que pedirle a los tlax¬caltecas que les
consiguieran comida.
En la ciudad se respiraba una atmósfera de suspicacia y nerviosismo.
Cortés se enteró por los tlaxcaltecas de que afuera de la ciudad se
estaban juntando tropas mexicas. Sus informantes le advirtieron de que
lo más probable era que estuviesen prepa¬rando —junto con los
cholultecas— una emboscada en su contra.
Ante tal clima de intriga, Cortés tenía que tomar una de¬cisión. Ya
había enfrentado y vencido a totonacas y tlaxcal¬tecas, ya contaba con
su apoyo, tenía que seguir adelante con sus planes de conquista. Tenía
que llegar a Tenochtitlan. No iba a permitir que lo detuvieran. Tenía
que tomar una decisión
determinante.
El, Cortés, no era un simple soldado, era el emisario y representante
del rey de España y la emboscada que se pre¬paraba en su contra, por
extensión, también estaba dirigida contra el rey de España. Por lo que
tenía que actuar en nombre de la Corona, defenderla con firmeza y
castigar con la muerte la traición que se estaba fraguando en contra
del rey de España.
Ante estos hechos, era lógico que Cortés no tuviera de¬seos de tomar
un baño dentro del temascal; estaba más preo¬cupado por atacar antes
de ser atacado que por participar en cualquier clase de rito pagano.

Sin embargo, Cortés —quien no daba ni tres pasos sin una escolta que
lo protegiera— inesperadamente aceptó entrar al temascal a pesar de
que al hacerlo quedaba literalmente preso. La razón fue que Malinalli
le explicó en pocas palabras que, años atrás, los toltecas habían
desplazado a los olmecas, los antiguos habitantes de Cholula, y en ese
lugar habían instaurado el culto a Quetzalcóatl, deidad a quien se le
relacionaba con Venus, la Estrella de la Mañana, la que acompaña al
sol en su trayecto. Quetzalcóatl fue un hombre que se convirtió en
dios. Un dios que no necesitaba de sacrificios humanos, que no los
pedía, que sólo necesitaba encender con su bastón al viejo sol para
que de él surgiera el nuevo sol sin sacrificios humanos de por medio,
sacrificios que los aztecas realizaron cuando se ins¬talaron en Tula,
traicionando los principios de Quetzalcóatl. Los aztecas por eso
temían su regreso; se sentían culpables y esperaban el castigo.
—Si entras al temascal, si te desnudas de todos tus atavíos, de todos
tus metales, de todos tus miedos y te sientas sobre la Madre Tierra,
junto al fuego, junto al agua, podrás renovarte, re¬nacer, elevarte,
navegar por el viento como lo hizo Quetzalcóatl, dejar a un lado tu
piel, tu vestimenta humana y convertirte en dios, y sólo un dios como
ése puede vencer a los mexicas.
Cortés ya no lo dudó más. Se había dado cuenta de la enorme
espiritualidad del pueblo indígena y su instinto gue¬rrero le dijo que
era lo correcto. Que si lograba mostrarse ante ellos como su dios
Quetzalcóatl no habría poder humano que lo derrotara. De cualquier
manera puso a dos de sus capitanes vigilando la entrada del temascal y
ordenó rodear de soldados todo el perímetro que lo abarcaba.
En el interior del temascal, la atmósfera era extraordi¬naria. A pesar
de la penumbra, podían adivinarse con preci¬sión los rostros de Cortés
y Malinalli, dibujados por la tenue luz que penetraba por el único
orificio que tenía ese vientre de piedra, ese pequeño espacio
totalmente invadido de un cá¬lido vapor.
Los buenos propósitos de Malinalli de poner a Cortés en contacto con
la naturaleza responsable de entretejer la inteli¬gencia de lo
invisible, aquella que intercambia a la semilla con el árbol, al fruto
con el paladar, a la cáscara con el lodo, a la piedra con el fuego, al
esperma con el pensamiento, al pensa¬miento con las estrellas, a las
estrellas con los poros de la piel y a los poros de la piel con la
saliva que pronuncia palabras que expanden al universo, estuvo a punto
de fracasar debido a que la oscuridad y la desnudez despertaron en
ellos una excitación inesperada y nunca antes conocida.
A Malinalli, la cercanía de un hombre que no pertenecía ni a su mundo
ni a su raza, pero que ya era parte de su pa¬sado, la inquietó. Su
memoria se agudizó y los recuerdos pe¬netraron su pensamiento como
alfileres recordándole el dolor que sintió el día anterior al ser
poseída con fuerza por Cortés; su cuerpo aún le dolía, sin embargo,
sentía una comezón, un ardor, una necesidad de nuevamente ser
abrazada, tocada, besada.
Por su lado, Cortés recordó en sus labios la agradable sen¬sación que
sintió al lamer y succionar los pezones de esa mujer, y le dio un
antojo irrefrenable de beber el sudor que en ese mo¬mento escurría por
sus pezones, pero ninguno de los dos hizo ni lo uno ni lo otro. Se
quedaron inmóviles y en silencio total.
El ambiente se cargó de electricidad. No se atrevían a mi¬rarse a los
ojos. Cortés había elegido sentarse frente al orificio de entrada del
temascal, con las espaldas cubiertas por el adobe. De esta manera
controlaba por completo la posible entrada de un enemigo al íntimo
recinto. Malinalli, sentada frente a él, a su manera también buscó
protección. Envolvió con los brazos sus piernas y, de esta manera,
cerró la entrada a su cuerpo, a su parte más sensible, a la mirada y
el alcance de Cortés.
A Cortés, el estar dentro de ese pequeño espacio lo ubi¬caba en otro
tiempo, lo hacía olvidar su insaciable sed de con¬quista, su
irrefrenable deseo de poder. En ese instante lo único que deseaba era
hundirse en el centro de las frondosas piernas

de Malinalli para ahogarse en el océano de su vientre, para aca¬llar
su mente por un momento. Ese inmenso deseo, esa enorme necesidad de
fundirse en Malinalli lo atemorizaba, pues sintió entonces que era
capaz de perder el control y entregarse por primera vez a alguien. Le
dio temor perderse en ella y olvidar el propósito de su vida. Así que
en vez de poseerla rompió el molesto silencio:
—¿Por qué hay tantas esculturas de serpientes? ¿Todas ellas
representan a tu dios Quetzalcóatl?

(Y yo me creí que era la hija de A. Perez Esquivel, que pelot…!!!)

Y cerro Joe Carter. Feinmann Homenajeando a Fontanarrosa

La última Navidad de Angelina Jolie

Por José Pablo Feinmann
Me llamo Joe Carter, soy detective privado. Y tengo una historia de
Navidad para contar. Ella entró en mi oficina y cerró la puerta. Era
Angelina Jolie. No diré que podría llevarme a la locura, a dejar de
beber, de fumar o de drogarme, pero estaba entre mis predilectas. Se
sentó y puso sus largas piernas sobre mi escritorio. Era verano. No
usaba medias. Dijo: "Oye, eres detective privado, ¿no?". Asentí.
Siguió: "¿Sólo resuelves casos o matas si te lo piden?". Me serví un
buen trago de JB. No le serví a ella. "Si me lo piden, no. Si me pagan
buen dinero, sí." "Te pagaré bien." "Cuánto." "He dicho que te pagaré
bien. Mi palabra deberá bastarte." "¿Qué necesitas?, Jolie." "Puedes
decirme Angelina." "¿Qué necesitas?, Angelina." "Oye, entró un nuevo
jefe en Miramax. Cambió todos los planes. Se iba a hacer Macbeth. Yo
sería Lady Macbeth. Hasta un bruto como tú sabe lo que ese papel
significa para una actriz." "Y el nuevo jefe suspendió el proyecto."
"Peor." Dio un puñetazo sobre el escritorio. Mi JB voló por los aires
y el vaso estalló contra una pared. "Se lo dio a Meryl Streep.
¡Siempre, Meryl Streep, mierda! ¡Siempre Meryl Streep, carajo! ¿Hasta
cuándo Meryl Streep?" "No mataré a la señora Streep, Angelina." "¿No
ves? Hasta un pobre tipo como tú la admira. Un detective de poca monta
que ha de ir al cine dos veces por año." "No pierdas el tiempo
insultándome, Angelina. Además, te equivocas, sabes. Soy un borracho,
un drogón y un asqueroso perdedor. Pero voy al cine con frecuencia."
"A él tienes que borrarlo de este mundo. Se llama Irving Wasserman."
"Te haré una rebaja por tratarse de un judío. Si fuera un islámico, te
salía gratis." "Imbécil, ¿cómo podría ser presidente de Miramax un
islámico?" "Tú espera y verás." "Irving, Wasserman, esta noche, da una
fiesta de Navidad para todo el Estudio. Les ha pedido a sus lameculos
que se vistan de Santa. Puedes aprovechar la ocasión para matarlo.
Ponte un traje de Santa y te metes entre los empleados. Busca su
despacho y haces tu trabajo." "Necesito un adelanto para el traje de
Santa, Angelina. Están caros esta Navidad." "No seas piojoso. Págatelo
tú. Hazte responsable de los gastos de tu negocio." No me gustó eso.
Odio a los avaros. ¿Y si ella fuera una? ¿Y si en lugar de Jolie se
llamara Jolinsky? Aparté esa horrible idea de mi cabeza. Se levantó y
caminó hasta la puerta. Caray, he visto traseros, pero el de Angelina
le es al culo lo que la Gioconda le es al rostro. Espero que lo hayan
entendido pues me he esforzado en explicarlo. Cerró la puerta y se
fue. Dios, qué mujer. Me dejó la sangre hecha un fuego. Pese a ello,
sólo una vez me masturbé.

Llegué a los Estudios de Wasserman al anochecer. Era un perfecto Santa
Claus con una Luger ajustada a la cintura. Entré sin problemas. Todos
estaban vestidos de Santa, bebían y reían y bailaban. Subí hasta la
oficina de Irving Wasserman. Golpeé tres veces la puerta. Preguntó
quién era. "Santa Claus", dije. "Pero el verdadero, señor Wasserman. Y
traigo un regalo para usted." Oí una carcajada. "Mira que eres jodón,
Charlie." Perfecto, me confundía con alguien. Abriría la puerta. Lo
hizo. También él estaba vestido de Santa. Lo empujé, violentamente,
hacia adentro y cerré la puerta. "¿Qué mierda...?" empezó a decir.
"¿Por qué no le das el papel de Lady Macbeth a Angelina Jolie, hijo de
perra?". "No tengo nada que explicarte a ti." Saqué la Luger. "Será
mejor que lo hagas." "Oye, idiota: Angelina es demasiado bella para el
papel. Demasiado joven. Ya le conseguiré algo con glamour en alguna
comedia tonta. Meryl, en cambio, tiene la densidad, el espesor, y la
maldad de Lady Macbeth. Por si fuera poco, es una gran actriz,
zopenco. Hasta un bruto como tú debería saberlo. El papel será para
ella." "Y esto es para ti", dije. Le pegué tres tiros. La barba de
Santa Claus se le manchó de sangre. Cayó de espaldas sobre su
escritorio y una réplica del Obelisco de Washington que allí, de buen
americano que era, tenía, lo traspasó y asomó en medio de su corazón.
Hubo un chorro de sangre que casi llega hasta el techo. Pobre hombre.
Murió, al menos, como un patriota. Porque, si me lo preguntan,
sospecho que el Obelisco de nuestra venerable Capital será el próximo
blanco de esos terroristas infames, enemigos de nuestra democracia y
del estilo de vida americano. Cosas en las que casi creo tanto como en
el scotch, las mujeres bellas y la buena marihuana.

Entré en la oficina. Cerré la puerta. "¿Todo bien, Joe Carter?" Era
Angelina, más bella que nunca. Si es que algo así era posible. "Sí,
señora Jolie." "Dije que me llamaras Angelina." "Eso no importa
ahora." "¿Qué es lo que importa?" "Mis honorarios, señora Jolie.
Querría cobrarlos. Ese judío de Irving Wasserman está muerto. Usted
será Lady Macbeth. Yo quiero mis dólares." Se me acercó y pasó sus
brazos largos alrededor de mi cuello. Era alta. Humedeció sus
célebres, carnosos labios con un movimiento imperceptible de su lengua
rosada. Los acercó a los míos y me besó. Fue breve pero intenso. Su
lengua, inalcanzable para la entera humanidad, jugueteó veloz,
fugazmente dentro de mi boca. ¿Era deliberada esa fugacidad? ¿Era
parte de su exquisito arte de la seducción? "Te doy esto para que
ardas, para que te enciendas locamente imaginando lo que sigue, lo que
te espera." No, esa fugacidad, ese jugueteo veloz eran parte de su
naturaleza mezquina, de la cual yo tenía ya mis sospechas. "Mis
honorarios, señora", insistí. "Idiota, acabas de cobrarlos. Todo el
oro del mundo no vale un beso de Angelina Jolie. Y tú lo tuviste.
Tuviste mi lengua en tu boca. Millones de hombres lo desearían." "Mis
honorarios, señora", "Ya te pagué, imbécil." "Eres una mujer avara",
dije. "Y son las que menos me gustan. Ni en la cama saben ser
generosas."

Le pegué tres tiros.

Pobre Angelina, nunca haría Lady Macbeth.

Esa noche la pasé en el Hotel Zaroff. Connie, la Roja, estuvo ardiente
como pocas veces. Como si supiera. No tenía el cuerpo de Angelina, ni
sus labios enormes, ni sus ojos claros, ni salía en las películas,
pero se preocupaba por el placer de uno, lo indagaba, te hacía lo que
le pidieras porque era una buena hembra, generosa, quería que uno
gozara, que fuera feliz, sabía que el sexo, como la vida, es breve,
sabía que la única forma de hacerlo eterno es meterse a fondo en la
cosa, hacer que un instante parezca infinito, que un polvo valga por
cinco, y para eso, Angelina, hay que entregarse, hay que ser como
Connie, bienhechora, hay que saber derrocharse, darle al otro un poco
de misericordia en medio de estas noches tan frías, en las que Santa
Claus no aparece nunca y la soledad te muestra su jeta más fiera, en
cambio vos, muñequita de lujo, vos, mirá lo que te digo, bien
merecidos tenés los tres plomos que te metí, por mezquina, por avara,
por infiltrada, por terrorista, porque son todos así donde vos
trabajabas, Hollywood, esa pocilga llena de gays, de travestis, de
comunistas, de judíos y ahora, para colmo, de agentes del Islam, los
peores, los que mejor se disfrazan, porque hasta de Angelina Jolie se
disfrazan. En cambio, Connie, la Roja, es una hembra de verdad. Y no
creas que le decimos la Roja por algo que tenga que ver con el
comunismo internacional, sino porque sus cabellos tienen el color de
los ladrillos con que se construyen nuestros hogares, de los
atardeceres en el mar, de la sangre de nuestros héroes. Lloró seis
días seguidos con lo de las Torres. Lo juro: yo la vi. Una perfecta
chica americana.

Tambien leimos :
Te digo mas – Roberto Fontanarrosa
Dia de la independencia - Charles Bukowski
El rapto de la bella durmiente – Anne Rice

sábado, 17 de julio de 2010

A propósito de Esopo y las fabulas...

Considero fabula al relato que sigue, ya que tiene moraleja y
encontraran también algún animal que habla...


Después de una larga enfermedad, una mujer murió y llegó a las puertas
del Cielo.
Mientras esperaba a San Pedro, vio a través de las rejas a sus padres,
amigos, y a todos los conocidos que habían partido antes que ella,
sentados a una mesa disfrutando de un banquete maravilloso.
Cuando San Pedro llegó, la mujer le dijo:
—¡Qué lugar tan lindo! ¿Cómo puedo hacer para entrar?
—Yo voy a decir una palabra. Si la deletreas correctamente la primera
vez, entras; si te equivocas, vas directamente al Infierno—, respondió
San Pedro.
—Vale, ¿Cuál es la palabra?
—AMOR—, dijo San Pedro.
La mujer la deletreó correctamente, y entró al Cielo.
Un año después, San Pedro le pidió que vigilara las puertas de
entrada, y ese día, para sorpresa de nuestra ahora angelical mujer,
apareció el que en la Tierra fuera su marido.
—¡Hola, qué sorpresa!—, exclamó ella. —¿Cómo estás?
—Ah, pues he estado muy bien desde que falleciste. Me casé con aquella
bella enfermera que te cuidó, gané a la lotería y me hice millonario.
Entonces vendí la casa donde vivíamos y compré aquella preciosa
mansión en el barrio alto que siempre te gustó. Viajé con mi nueva
mujer por Europa, Asia y Oceanía. Estábamos de vacaciones en Los Alpes
justamente cuando decidí esquiar. Me caí…. el esquí me pegó en la
cabeza y aquí estoy. Y dime, ¿Cómo hago para entrar, querida?
—Yo voy a decirte una palabra. Si la deletreas correctamente la
primera vez puedes entrar; si no, vas directamente al Infierno—,
respondió ella.
—OK—, dijo él. —¿Cuál es la palabra?
—SCHWARTZENEGGER
MORALEJA: Nunca, aunque estés muerto, le digas a una mujer toda la
verdad, pues corres el riesgo de vivir en un infierno el resto de tu
existencia.

Las letras forman palabras, las palabras forman oraciones, las
oraciones forman párrafos, los párrafos forman capitulos, los
capitulos forman libros, los libros forman personas.

Un cuento corto

Bien... Nuestra benemérita Señora Directora ha querido hacernos un
aporte. Nos mandó un cuento, a propósito del tema de nuestro próximo
encuentro...


Cuando la noche acaba

Autor: Luis Amador

La brisa rodaba ondulante sobre la cabellera del prado y, por la
atmósfera tranquila, un gallo silvestre cumplía su propensión
milenaria de cantarle a la madrugada. Pero Gil no le dio importancia;
ladeo la cabeza haciendo un hito en sus añoranzas y, desde las faldas
de la colina, dejo vagar la vista por la aterciopelada llanura
cubierta de rocío. Después observo las borrachas curvas del río que,
abajo y en la distancia, corría bruñido por la luna.
La tierra recibía el beso de la primavera, germinaban las semillas, y
los troncos desnudos se revestían con tiernas hojas. Las flores, como
novias impacientes, abanicaban su perfume proponiendo el polen de sus
corolas; y la música de los campos dormía, ala con ala, junto a
pequeños enredos de pajas. Por doquier, plantas y animales danzaban al
compas hormonal de la naturaleza.
Gil no podía abstraerse del medio que lo ensolvía. Los efluvios
ambientales atiborraban sus sentidos y siempre, en aquella estación,
caía en un profundo desasosiego... porque el tiempo lo cura todo,
menos la herida de un amor frustrado; ese dolor viaja a través de la
vida y termina desdeñando la muerte.
Involuntariamente, se arrastró al nebuloso mundo de su pasado, hacia
la primera vez que la vio...
Amy entró al aula con paso menudo, serena, radiante, y rodeada por el
aura de dulzura que tienen los doce años. Parecía flotar en el amplio
vestido que rozaba el suelo levemente, sin embargo, su atuendo no
alcanzaba a disimular los incipientes pechos por donde ya afloraba la
mujer. El tenía trece años y no conocía el sexo, pero la primavera le
agitó la sangre y, sin saber por que, sintió madurar la virilidad en
su cuerpo todavía sin sazón. Desde aquel día, habitó en un planeta con
dos soles, el que lo desperezaba en las mañanas y el que no lo dejaba
dormir.
Tres años asistió a clases, tres años pletóricos de fantasías, tres
años guardando pequeños objetos que ella tocaba, venerando sus
sonrisas, inhalando a distancia el olor de su carne y paladeando en
secreto el gusto de su aliento.
Para Gil trascurría una jornada mas de angustiosa soledad. Miles de
veces, como aquella noche, rebuscaba en su memoria la causa que torció
su destino. Siempre abordaba las mismas preguntas y nunca encontraba
respuestas. Pero algo era seguro: la primavera marcó el principio de
todo y también el final.
Su recapitulación, monótona y exhaustiva, lo condujo al atardecer en
que paseaban por la arboleda, y cada vez que lo recordaba, se detenía
en el lugar exacto donde, por primera vez, su boca encontró la de
ella. ¡Que lejos estaba aquel momento, pero como lo añoraba!
Otra vez cantó el gallo. Gil entornó los ojos con apatía; le molestaba
salir de sus recuerdos, de ellos dependía su presencia en aquel campo.
Cambió de posición; la madrugada aleteaba en el horizonte y en menos
de una hora tendría que partir.
Se sabía y se sentía culpable, pero la imprevisión había sido de ella.
Ahora entendía por que la inocencia es a veces peligrosa. La
ingenuidad de Amy no le permitió detener oportunamente las
insinuaciones amorosas de Elio. Después las cosas se complicaron,
creció la confusión y Elio trató de interponerse abiertamente.
¿Por que un hombre adinerado y lleno de posibilidades tuvo que
enamorarse de Amy?,- se preguntaba Gil-, y de inmediato lo culpaba por
el dolor que le quemaba dentro. La eterna pregunta y consecuente
inculpación lo ponía furioso, pero lo atemperaban para el desenlace.
Retornó al hilo de lo ocurrido, a la secuencia que primero ensolvía su
espíritu en dulce idilio y después lo sumía en un estado perpetuo de
aflicción y vacío.
En las copas de los pinos la brisa tarareaba un arrullo que adormecía
los sentidos, mientras, las hojas nuevas de los viejos laureles
jugaban a cortar los rayos del sol, para luego esparcir la luz
fracturada por el suelo umbrío. Y allí, sobre la corta grama del
jardín, yacían Gil y Amy ebrios de felicidad, satisfechos de compartir
miradas y sonreír a la vida. Aguardaban a Elio, a quien Amy había
citado en una escueta nota, pero sin informarle de sus intenciones ni
avisarle que Gil estaría presente.
Movido por un deseo ciego y enfermizo, Elio mal interpretó el
contenido de la nota, dandole la sugestiva forma de invitación
amorosa. Por su parte, Gil repudiaba la reunión, pero terminó
aceptando la idea de Amy por el bien de los tres.
Al fin se habían decidido a encarar la situación. Elio debía apartarse
de sus vidas, no tolerarían mas el asedio del intruso. Ya no les
importaba la opinión del padre de ella, ni continuarían esperando que
la codicia del viejo cediera el paso al amor.
La desgarbada reja del jardín solariego dejo escapar un herrumbroso
gemido al ser empujada con energía. Bien plantado y colmado de
esperanzas, Elio avanzó por la vereda. Antes de llegar a su destino la
cara se le transfiguró, y apretó los puños loco de rabia. No le habían
sentido llegar y la pareja de enamorados olvidados del mundo se
acariciaban ignorandolo todo.
"Esto es un escarnio". Las palabras retumbaron en la quietud del
paraje. Pero fue tarde para reaccionar o dar explicaciones. Elio
empuñó su navaja, se abalanzó sobre Amy y de un tajo la degolló.
Desesperadamente, Gil trató de evitarlo; pero cuando logró apartar a
Elio, de la garganta cercenada brotó la postrera exhalación de Amy.
Entonces sintió el filo de la navaja chirriar en el hueso de su brazo
izquierdo y, a continuación, el quejido de Elio al ser atravesado por
su puñal.
Segundos o siglos lo separaron del momento en que se puso de pie.
Jadeando, observó al enemigo desbaratado a puñaladas y vacío de
aspiraciones.
Despacio, se arrodillo para besarla tenuemente, como si temiera
despertarla. De pronto, se derrumbó su razón y en una especie de rito
demencial, acomodó el puñal entre los senos de la joven, miro al
cielo, lanzo una blasfemia y se dejó caer.
Tímidamente, la aurora escaló la espalda de la cordillera, encendiendo
por entre las montañas el rubor de la mañana. Gil hizo un gesto de
desagrado ante la luz que ascendía; se extendió a lo largo y, poco a
poco, se fue esfumando a través de la blanca lápida de mármol.
Regresaba a su mortaja de ciento treinta años. Para el nada cambiaba,
ni nacía, ni moría; porque el tormento de amor mantenía su alma en
pena.

Como que no es erótico?? No leyeron el título??

jueves, 15 de julio de 2010

Reunion Anterior





Fecha: miercoles 7 de julio
Lugar : Casa de Masi
Tema: Esopo - La literatura oral / Autores Argentinos: Daniel Moyano
Aspectos destacables: Ahora no cocinamos mas, pedimos pizza. Habia muy poco vino.

El texto que mas me gustó (lo elijo yo xq soy el que, por el momento maneja el blog mue je je)
Es el que leyo Masi a los postres:



La velocidad nos ayuda a apurar los tragos amargos. Pero esto no significa que siempre debamos ser veloces. En los buenos momentos de la vida, más bien conviene demorarse. Tal parece que para vivir sabiamente hay que tener más de una velocidad. Premura en lo que molesta, lentitud en lo que es placentero. Entre las cosas que parecen acelerarse figura -inexplicablemente- la adquisición de conocimientos.
En los últimos años han aparecido en nuestro medio numerosos institutos y establecimientos que enseñan cosas con toda rapidez: “….haga el bachillerato en 6 meses, vuélvase perito mercantil en 3 semanas, avívese de golpe en 5 días, alcance el doctorado en 10 minutos….. ”
Quizá se supriman algunos… detalles. ¿Qué detalles? Desconfío. Yo he pasado 7 años de mi vida en la escuela primaria, 5 en el colegio secundario y 4 en la universidad. Y a pesar de que he malgastado algunas horas tirando tinteros al aire, fumando en el baño o haciendo rimas chuscas, no creo que ningún genio recorra en un ratito el camino que a mí -o a cualquiera- me llevó decenios.
¿Por qué florecen estos apurones educativos? Quizá por el ansia de recompensa inmediata que tiene la gente. A nadie le gusta esperar. Todos quieren cosechar, aún sin haber sembrado. Es una lamentable característica que viene acompañando a los hombres desde hace milenios.
A causa de este sentimiento algunos se hacen chorros. Otros abandonan la ingeniería para levantar quiniela. Otros se resisten a leer las historietas que continúan en el próximo número. Por esta misma ansiedad es que tienen éxito las novelas cortas, los teleteatros unitarios, los copetines al paso, las “señoritas livianas”, los concursos de cantores, los libros condensados, las máquinas de tejer, las licuadoras y en general, todo aquello que nos ahorre la espera y nos permita recibir mucho entregando poco.
Todos nosotros habremos conocido un número prodigioso de sujetos que quisieran ser ingenieros, pero no soportan las funciones trigonométricas. O que se mueren por tocar la guitarra, pero no están dispuestos a perder un segundo en el solfeo. O que le hubiera encantado leer a Dostoievsky, pero les parecen muy extensos sus libros.
Lo que en realidad quieren estos sujetos es disfrutar de los beneficios de cada una de esas actividades, sin pagar nada a cambio.
Quieren el prestigio y la guita que ganan los ingenieros, sin pasar por las fatigas del estudio. Quieren sorprender a sus amigos tocando “Desde el Alma” sin conocer la escala de si menor. Quieren darse aires de conocedores de literatura rusa sin haber abierto jamás un libro.
Tales actitudes no deben ser alentadas, me parece. Y sin embargo eso es precisamente lo que hacen los anuncios de los cursos acelerados de cualquier cosa.
Emprenda una carrera corta. Triunfe rápidamente.
Gane mucho “vento” sin esfuerzo ninguno.
No me gusta. No me gusta que se fomente el deseo de obtener mucho entregando poco. Y menos me gusta que se deje caer la idea de que el conocimiento es algo tedioso y poco deseable.
¡No señores: aprender es hermoso y lleva la vida entera!
El que verdaderamente tiene vocación de guitarrista jamás preguntará en cuanto tiempo alcanzará a acompañar la zamba de Vargas. “Nunca termina uno de aprender” reza un viejo y amable lugar común. Y es cierto, caballeros, es cierto.
Los cursos que no se dictan: Aquí conviene puntualizar algunas excepciones. No todas las disciplinas son de aprendizaje grato, y en alguna de ellas valdría la pena una aceleración. Hay cosas que deberían aprenderse en un instante. El olvido, sin ir más lejos. He conocido señores que han penado durante largos años tratando de olvidar a damas de poca monta (es un decir). Y he visto a muchos doctos varones darse a la bebida por culpa de señoritas que no valían ni el precio del primer Campari. Para esta gente sería bueno dictar cursos de olvido. “Olvide hoy, pague mañana”. Así terminaríamos con tanta canalla inolvidable que anda dando vueltas por el alma de la buena gente.
Otro curso muy indicado sería el de humildad. Habitualmente se necesitan largas décadas de desengaños, frustraciones y fracasos para que un señor soberbio entienda que no es tan pícaro como él supone. Todos -el soberbio y sus víctimas- podrían ahorrarse centenares de episodios insoportables con un buen sistema de humillación instantánea.
Hay -además- cursos acelerados que tienen una efectividad probada a lo largo de los siglos. Tal es el caso de los “sistemas para enseñar lo que es bueno”, “a respetar, quién es uno”, etc.
Todos estos cursos comienzan con la frase “Yo te voy a enseñar” y terminan con un castañazo. Son rápidos, efectivos y terminantes.
Elogio de la ignorancia: Las carreras cortas y los cursillos que hemos venido denostando a lo largo de este opúsculo tienen su utilidad, no lo niego. Todos sabemos que hay muchos que han perdido el tren de la ilustración y no por negligencia. Todos tienen derecho a recuperar el tiempo perdido. Y la ignorancia es demasiado castigo para quienes tenían que laburar mientras uno estudiaba.
Pero los otros, los buscadores de éxito fácil y rápido, no merecen la preocupación de nadie. Todo tiene su costo y el que no quiere afrontarlo es un garronero de la vida.
De manera que aquel que no se sienta con ánimo de vivir la maravillosa aventura de aprender, es mejor que no aprenda.
Yo propongo a todos los amantes sinceros del conocimiento el establecimiento de cursos prolongadísimos, con anuncios en todos los periódicos y en las estaciones del subterráneo.
“Aprenda a tocar la flauta en 100 años”.
“Aprenda a vivir durante toda la vida”.
“Aprenda. No le prometemos nada, ni el éxito, ni la felicidad, ni el dinero. Ni siquiera la sabiduría. Tan solo los deliciosos sobresaltos del aprendizaje” .
ALEJANDRO DOLINA

Próxima Reunión


Jueves 22 de julio de 2010 - 22hs
Lugar : La casa de Masi
Tema: El relato erótico en la literatura